miércoles, 30 de septiembre de 2015

OLIVERIO GIRONDO- TOCO



Toco
t
Toco poros
amarras
calas toco
teclas de nervios
muelles
tejidos que me tocan
cicatrices
cenizas
trópicos vientres toco
solos solos
resacas
estertores
toco y mastoco
y nada
Prefiguras de ausencia
inconsistentes tropos
qué tú
qué qué
qué quenas
qué hondonadas
qué máscaras
qué soledades huecas
qué sí qué no
qué sino que me destempla el toque
qué reflejos
qué fondos
qué materiales brujos
qué llaves
qué ingredientes nocturnos
qué fallebas heladas que no abren
qué nada toco
en todo


OLIVERIO GIRONDO- TODO



Todo,
todo,
en el aire,
en el agua,
en la tierra,
desarraigado y ácido,
descompuesto,
perdido.
El agua hecha caballo antes que nube y lluvia.
Los toros transformados en sumisas poleas.
El engaño sin malla,
sin “tutu”,
sin pezones.

La impúdica mentira exhibiendo el trasero
en todas las posturas,
en todas las esquinas.
Las polillas voraces de expediente cocido,
disfrazadas de hiena,
de tapir con mochila.
Las techumbres que emigran en oscuras bandadas.
Las ventanas que escupen dentaduras de piano,

cacerolas,
espejos,
piernas carbonizadas.

Porque mirad
sin musgo,
mi corazón de yesca,
qué hicimos,
qué hemos hecho
con nuestras pobres manos,
con nuestros esqueletos de invierno y de verano.

Desatar el incendio.
Aplaudir el desastre.
Trasladar,
sobre caucho,
apetitos de pústula.
Prostituir los crepúsculos.
Adorar los bulones
y los secos cerebros de nuez reblandecida...
Como sí no existiera más que el sudor y el asco;
como si sólo ansiáramos nutrir con nuestra sangre
las raíces del odio;
como si ya no fuese bastante deprimente
saber que sólo somos un pálido excremento
del amor,
de la muerte.

OLIVERIO GIRONDO- TOLEDO










Forjada en la “Fábrica de Armas y Municiones”,
la ciudad
muerde con sus almenas
un pedazo de cielo,
mientras el Tajo,
alfanje que se funde en un molde de piedra,
atraviesa los puentes y la Vega,
pintada por algún primitivo castellano
de esos que conservaron
una influencia flamenca.

Ya al subir en dirección a la ciudad,
apriétase en las llaves
la empuñadura de una espada,
en tanto que un vientecillo
nos va enmoheciendo el espinazo
para insuflarnos el empaque
que los aduaneros exigen al entrar.

¡Silencio!
¡Silencio que nos extravía las pupilas
y nos diafaniza la nariz!

¡Silencio!

Perros que se pasean de golilla
con los ojos pintados por el Greco.
Posadas donde se hospedan todavía
los protagonistas del “Lazarillo” y del “Buscón”.
Puertas que gruñen y se cierran
con las llaves que se le extraviaron a San Pedro.

¡Para cruzar sobre las, murallas y el Alcázar
las nubes ensillan con arneses y paramentos medioevales!

Hidalgos que se alimentan de piedras y de orgullo,
tienen la carne idéntica a la cera de los exvotos
y un tufo a herrumbre y a ratón.
Hidalgos que se detienen para escupir
con la jactancia con que sus abuelos
tiraban su escarcela a los leprosos.

Los pies ensangrentados por los guijarros,
se gulusmea en las cocinas
un olorcillo a inquisición,
y cuando las sombras se descuelgan de los tejados,
se oye la gesta
que las paredes nos cuentan al pasar,
a cuyo influjo una pelambre
nos va cubriendo las tetillas.

¡Noches en que los pasos suenan
como malas palabras!
¡Noches, con gélido aliento de fantasma,
en que las piedras que circundan la población
celebran aquelarres goyescos!

¡Juro,
por el mismísimo Cristo de la Vega,
que a pesar del cansancio que nos purifica
y nos despoja de toda vanidad,
a veces, al atravesar una calleja,
uno se cree Don Juan!

OLIVERIO GIRONDO- TOTEM



¿merezco su presencia?
¿Me sacaré el sombrero?

Bien plantado en la tierra,
las nubes se enmarañan en sus duros cabellos.

Me detengo y escucho.

Sus millares de manos
rasguean en el aire una canción de lluvia:
“El clamor de lo verde”.

Torna luego a la calma.

Aunque vive tan alto que ignora mi existencia
no quiero perturbarlo.

¡Quién pudiera decirme si es un dios o es un árbol!


OLIVERIO GIRONDO- TRAZUMOS


Las vertientes las órbitas han perdido la tierra los espejos los brazos los muertos las amarras
el olvido su máscara de tapir no vidente
el gusto el gusto el cauce sus engendros el humo cada dedo
las fluctuantes paredes donde amanece el vino las raíces la frente todo canto rodado
su corola los muslos los tejidos los vasos el deseo los zumos que fermenta la espera
las campanas las costas los trasueños los huéspedes
sus panales lo núbil las praderas las crines la lluvia las pupilas
su fanal el destino

pero la luna intacta es un lago de senos que se bañan tomados de la mano

OLIVERIO GIRONDO- UN CABALLO Y UN COCHE

Un caballo y un coche. 

¿Un coche muerto?
Más allá del silencio, 
debajo del asfalto, 
sobre las chimeneas, 
en el aire, 
en mis venas, 
socavando la noche, 
la angustia, 
las paredes, 
con su trote vacío, 
con su ritmo de muerte.
Un caballo y un coche.


OLIVERIO GIRONDO- VAMOS DICE EL PAÑUELO



“¡Vamos!”, dice el pañuelo.
“Bueno. ¡Vamos!”, la cama.
“¡Vamos!   ¡Vamos!”, la colcha,
las sábanas, la almohada.

Los botines
—¡qué tristes!—
me miraron,
—dormía—
y después de un momento:
“Nosotros nos quedamos”.


OLIVERIO GIRONDO- VENECIA



Se respira una brisa de tarjeta postal.
¡Terrazas! Góndolas con ritmos de cadera. Fachadas que reintegran tapices persas en el agua. Remos que no terminan nunca de llorar.
El silencio hace gárgaras en los umbrales, arpegia un pizzicato en las amarras, roe el misterio de las casas cerradas.
Al pasar debajo de los puentes, uno aprovecha para ponerse colorado.
Bogan en la Laguna, dandys que usan un lacrimatorio en el bolsillo con todas las iridiscencias del canal, mujeres que han traído sus labios de Viena y de Berlín para saborear una carne de color aceituna, y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa, tienen las manos incrustadas de ojos de serpiente, y la quijada fatal de las heroínas d’Annunzianas.
¡Cuando el sol incendia la ciudad, es obligatorio ponerse un alma de Nerón!
En los piccoli canali los gondoleros fornican con la noche,
anunciando su espasmo con un triste cantar, mientras la luna engorda, como en cualquier parte, su mofletudo visaje de portera.
Yo dudo que aún en esta ciudad de sensualismo, existan falos más llamativos, y de una erección más precipitada, que la de los badajos del campanile de San Marcos.


OLIVERIO GIRONDO- A MEDIDA QUE NOS APROXIMAMOS

A medida que nos aproximamos 
las piedras se van dando mejor.

Desnudo, anacorético,
las ventanas idénticas entre sí,
como la vida de sus monjes,
el Escorial levanta sus muros de granito
por los que no treparán nunca los mandingas,
pues ni aún dentro de novecientos años.
hallarán una arruga donde hincar
sus pezuñas de azufre y pedernal.

Paradas en lo alto de las chimeneas,
las cigüeñas meditan la responsabilidad
de ser la única ornamentación del monasterio,
mientras el viento que reza en las rendijas
ahuyenta las tentaciones que amenazan
                                                           entrar por el tejado.

Cencerro de las piedras que pastan
en los alrededores,
las campanas de la iglesia
espantan a los ángeles
que viven en su torre
y suelen tomarlos de improviso,
haciéndoles perder alguna pluma
sobre el adoquinado de los patios.

¡Corredores donde el silencio tonifica
la robustez de las columnas!
¡Salas donde la austeridad es tan grande,
que basta una sonrisa de mujer
para que nos asedien los pecados de Bosch
y sólo se desbanden en retirada
al advertir que nuestro guía
es nuestro propio arcángel,
que se ha disfrazado de guardián!

Los visitantes,
la cabeza hundida entre los hombros
(así la Muerte no los podrá agarrar
como se agarra a un gato),
descienden a las tumbas y al pudridero,
y al salir,
perciben el esqueleto de la gente
con la misma facilidad
con que antes les distinguían la nariz.

Cuando una luna fantasmal
nieva su luz en las techumbres,
los ruidos de las inmediaciones
adquieren psicologías criminales,
y el silencio
alcanza tal intensidad,
que se camina
como si se entrara en un concierto,
y se contienen las ganas de toser
por temor a que el eco repita nuestra tos
hasta convencernos de que estamos tuberculosos.


¡Horas en que los perros se enloquecen de soledad
y en las que el miedo
hace girar las cabezas de las lechuzas y de los hombres,
quienes, al enfrentarnos,
se persignan bajo el embozo
por si nosotros fuéramos Satán!

OLIVERIO GIRONDO- VERONA



¡Se celebra el adulterio de María con la Paloma Sacra!
Una lluvia pulverizada lustra La Plaza de las Verduras, se hincha en globitos que navegan por la vereda y de repente estallan sin motivo.
Entre los dedos de las arcadas, una multitud espesa amasa su desilusión; mientras, la banda gruñe un tiempo de vals, para que los estandartes den cuatro vueltas y se paren.
La Virgen, sentada en una fuente, como sobre un bidé, derrama un agua enrojecida por las bombitas de luz eléctrica que le han puesto en los pies.
¡Guitarras! ¡Mandolinas! ¡Balcones sin escalas y sin Julietas! Paraguas que sudan y son como la supervivencia de una flora ya fósil. Capiteles donde unos monos se entretienen desde hace nueve siglos en hacer el amor.

El cielo simple, verdoso, un poco sucio, es del mismo color que el uniforme de los soldados.

OLIVERIO GIRONDO- A LO FUGAZ PERPETUO

A lo fugaz perpetuo 
y sus hipoteseres 
a la deriva al vértigo 
al sublatir al máximo las reverberalíbido 
al desensueño al alba a los cornubios dime sin titilar por ímpetu de bumerang de encelo 
de gravitante acólito de tanto móvil tránsfuga cocoterráqueo efímero 
y otros ripios del tránsito 
meditaturbio exóvulo 
espiritado en Virgo en decúbito en trance en aluvión de incógnitas 
con más de un muerto huésped rondando la infraniebla del dédalo encefálico 
junto a precoces ceros esterosentes dime al codeleite mudo del mimo mimo mixto 
al desmelar los senos 
o al trasvestirme de ola de sótano de ausencia de caminos de pájaros que lindan con la infancia 
animamantemente me di por dar por tara por vocación de dado 
por hacer noche solo entre amantes fogatas desinhalar lo hueco y encontrarme inhallable 
hora tras otra lacra más y más cavernoso 
menos volátil paria 
más total seudo apoeta con esqueleto topo y suspensivas nueces de apetencias atávicas 
al azar dime al gusto a las adultas menguas a las escleropsiquis 
al romo tedio al pasmo al exprimir las equis a la veinteava esencia 
y degustar los filtros del desencantamiento 
o revertir mi arena en clepsidras sexuadas 
y sincopar la cópula 
me di me doy me he dado donde lleva la sangre 
prostitutivamente 
por puro pleno pánico de adherir a lo inmóvil 
del yacer sin orillas 
sin fe sin mí sin pauta sin sosías sin lastre sin máscara de espera 
ni levitarme en busca del muy Señor nuestro ausente en todo caso y tiempo y modo y sexo y verbo que fecundó el vacío 
obnubilado 
inserto en el dislate cosmos, a todo todo dime alirrampantemente 
para abusar del aire del sueño de lo vivo y redarme y masdarme 
hasta el último dengue 
                                                          y entorpecer la nada