miércoles, 14 de octubre de 2015

OLIVERIO GIRONDO - PEDESTRE

En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal olor de la
ciudad.

Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan
para fornicar en la vereda.

Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene la visión
convexa de la gente que pasa en automóvil.

Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhiben
en los escaparates, adelgazan las piernas que cuelgan bajo las
capotas de las victorias.

Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse una mujer.

Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es un colegio
 sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de prostituta que nos da
vergüenza mirarlo y dejarlo pasar.

De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batuta
todos los estremecimientos de la ciudad, para que se oiga en un
solo susurro, el susurro de todos los senos al rozarse.
                                                                                                   Buenos Aires, agosto, 1920.

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