En el atrio: una reunión de ciegos auténticos, hasta con placa, una
jauría de chicuelos, que ladra por una perra.
La iglesia se refrigera para que no se le derritan los ojos y los brazos...
de los exvotos.
Bajo sus mantos rígidos, las vírgenes enjugan lágrimas de rubí.
Algunas
tienen cabelleras de cola de caballo. Otras usan de alfiletero el
corazón.
Un cencerro de llaves impregna la penumbra de un pesado olor a
sacristía. Al persignarse revive en una vieja un ancestral orangután.
Y mientras, frente al altar mayor, a las mujeres se les licua el sexo
contemplando un crucifijo que sangra por sus sesenta y seis costillas,
el cura mastica una plegaria como un pedazo de “chewing gum”.
miércoles, 14 de octubre de 2015
OLIVERIO GIRONDO - SEVILLANO
11:06
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