jueves, 8 de octubre de 2015

OLIVERIO GIRONDO- A PLENO LLANTO














Y entretanto lloremos 
tomados de la mano.

Lloremos. ¡Sí! Lloremos 
amargo llanto verde, 
sustancias minerales, 
azufre, mica, arena, 
cristales fracasados, 
humilladas tachuelas, 
ardientes lagrimones 
de lacre derretido.

Lloremos junto al humo, 
desnudos, entre ruinas, 
en medio de la calle, 
de la sangre, del lodo, 
debajo de la tierra, 
en el agua, en el aire, 
entre mástiles rotos 
y piernas amputadas.

Que se abran las esclusas 

del reprimido llanto 
y lloremos, a gritos 
estentóreos, salvajes, 
el mentón tembloroso, 
sin compás, ni guitarra, 
las mejillas chorreantes, 
los párpados acuosos.

Lloremos la familia, 
el vino derramado, 
las momias, la victoria, 
las plazas desoladas, 
la usura, el terciopelo, 
el pan de cada día, 
las noches gemebundas, 
las muertas catedrales.

Lloremos por las uñas, 
por los pies, por los dientes, 
lacios chorros tranquilos 
de lágrimas salobres, 
murmurantes arroyos 
que enternezcan las piedras, 
cataratas de llanto 
de estruendosos modales.

Lloremos y lloremos, 
impudorosamente, 
sin tregua, ni descanso, 
durante largos años, 
por más que estalactitas 
de lágrimas espesas 
ericen las riberas
de nuestros lagrimales.

Lloremos, con la lluvia, 
un llanto monocorde 
que anegue la codicia, 
el pasto, las heridas; 
nos limpie la garganta, 
el alma, los bolsillos, 
traspase la tristeza, 
la angustia, la memoria.

Lloremos. ¡Ah! Lloremos 
purificantes lágrimas, 
hasta ver disolverse 
el odio, la mentira, 
y lograr algún día 
—sin los ojos lluviosos— 
volver a sonreírle 
a la vida que pasa.

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